"La Caja"
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"La Caja"
Buenas tardes. Hace un tiempo que quería subir una relato y hoy se lo alcanzo al que tenga un tiempito y ganas de leer.
LA CAJA
Cuando veo a los chicos jugar con el celular o la PC y noto cómo se divierten y lo nerviosos que se ponen, busco inmediatamente comparar sus juegos con los de antaño. Me suelo preguntar si el cerebro humano es capaz de generar adrenalina a partir de una interacción virtual con peligros irreales y si las sensaciones son las mismas que sentíamos cuando se “arriesgaba el pellejo” en alguna travesura.
No es fácil (a menos que uno sea especialista) el obtener respuestas irrefutables, pero para el caso de los que peinan canas, lo único seguro (y no es poco) es que la adrenalina y el nerviosismo de aquellas andanzas, eran absolutamente reales. Y entre las parvas de hechos que nos asaltan desde el recuerdo, escogí uno casi cotidiano y practicado por la mayoría: el “ring-raje”.
El ring-raje no era un juego y no tenía reglas, a excepción de no ser descubiertos, aunque no era exactamente una regla o norma, porque el ser descubiertos conllevaba inconvenientes serios. Se trataba lisa y llanamente de tocar el timbre de un vecino y salir disparando sin ser descubiertos por la dueña de casa que de acuerdo a su nivel de curiosidad o al largo del zaguán, podía tardar más o menos en salir.
El ring-raje podía ser espontáneo o programado. Al azar, porque a algún forajido tocaba el timbre por puro antojo o porque se eligió insidiosamente a tal o cual vecina, como venganza por quitarnos la pelota a la siesta o chusmear cuando jugábamos con las chicas a “verdad o consecuencia”, aunque había algunos casos especiales como el que voy a relatar.
Don Pancho era un empleado ferroviario que vivía en una casita sencilla de paredes encaladas, con el frente casi pegado a la vereda y solo separado de ella, por una pared baja de bloques y un par de palmeras esmirriadas, que brindaban más adorno que sombra. Había sido un hombre muy creativo y se le conocían algunos diseños bastante innovadores. Una de sus aplicaciones interesantes, fue la de adaptar un sistema de magneto a una casilla postal que tenía un doble propósito: funcionar como timbre o avisar a la familia cuando llegaba una carta. Había construido una caja de chapa con una hendidura protegida por una puerta-trampa, que no permitía acceder a las cartas una vez que el cartero las introducía por la ranura, tras lo cual, el operario del Correo, debía dar varias vueltas a la manivela del magneto adosado al costado de la caja, para avisar a su dueño el arribo del sobre que, por aquellos años, en los que las noticias familiares viajaban manuscritas sobre un papel de carta, se esperaban con enorme ansiedad y se leían repetidas veces en la merienda o en la cena.
La caja en cuestión envolvía los misterios insondables que las cartas siempre entrañaron y su diseñador la había pintado de un color celeste marmolado muy de moda por aquellos años. La manivela era cortita, para facilitar su rotación y, además, se la había provisto de un cilindrito de madera desnuda, torneada hábilmente por su creador, no solo para mejorar el movimiento o por una cuestión estética, sino también para que algún efecto de la corriente producida, llegara inoportunamente a las manos de los visitantes.
El sonido del timbre se disparaba a medida que se giraba la manivela y no tenía la inmediatez de un timbre eléctrico actual, razón por la cual, el ejecutante de la travesura no sabía con certeza en qué momento comenzaría a sonar, ni cuando salir disparando y tenía que rotar la manijita muchas veces para lograr el efecto deseado. Pero si al aguantar los nervios de accionar la manija, le sumamos la cercanía de la puerta de entrada, obtenemos el cóctel perfecto para disparar la adrenalina a cualquiera, incluidos los más corajudos
- ¡Hoy te toca a vos, chango! - Avisaban los más grandes a los más chicos cada vez que pasaban por cerca de la caja. Y, es que a todos les gustaba tocar el timbre y disparar, pero en la casa de don Pancho, solo unos pocos se animaban a la travesura. ¡Eso era adrenalina!
Los changos esperaban a que los demás se alejen lo suficiente y comenzaban a girar la manivela que, en el primer cuarto de vuelta emitía un leve “trrrrn”, casi imperceptible y según comentaban los que la accionaban, con dos vueltas seguidas, el ruido se parecía al que hace “un coyuyo agarrao del ala por el hocico de un gato”.
Las bromas constantes cansaron al dueño de casa y su inventiva salió a la luz nuevamente: De algún modo, sacando el cabo de madera de la manivela con un sistema de “quita y pon”, lograba que, al rotarla, el bromista recibiera una descarga, que aumentaba en la medida en la que se aceleraba la manija. Según comentaban los changos, la corriente “te hacía temblar hasta el sobaco”, cosa que todos pudimos comprobar, sobre todo en las vacaciones, época preferida para las travesuras de los niños y muchachones. Es de suponer que don Pancho colocaba nuevamente el cabo de madera aislante cuando lo creía oportuno, evitando el sacudón de corriente a los inocentes.
Con la nueva artimaña, no es que las bromas se terminaron, sino todo lo contrario. Ya no se trataba de sorprender a don Pancho, sino de hacer caer en la trampa a algún incauto que desconocía el ardid.
Con el correr de los años, don Pancho se jubiló y pareciera que, decidido a divertirse, comenzó a interactuar con los “ring-rajeros” de un modo curioso: aprovechaba los momentos de mayor actividad en las bromas, (ya entrada la oración) y escondido detrás del tronco de la palmera más gorda, sorprendía al bromista justo cuando tocaba la manivela:
-¡Chaaango i’miércoles! ¡Raje a su casa!
Como no daba tiempo al resto de los participantes a disparar o esconderse y ante el desbande de chicos, supongo que el hombre disfrutaría del susto dado a los pilluelos, como una especie de venganza.
Durante un largo tiempo, el dueño de casa se apostaba con disimulo detrás de la palmera y esperaba como una araña, agazapado en la penumbra, que algún incauto cayera en la red que había tendido. Como suele suceder, las garras del tiempo y los avatares de la vida fueron diluyendo aquella costumbre. Primero, durante el gobierno de un riojano, la necesidad de la gente y más que nada, las mañas de los changos, popularizaron la idea de robar cables de cobre para venderlos a compradores ambulantes y ni siquiera los cables de la caja se salvaron. Más tarde, el fallecimiento de su esposa y más tarde el deceso de don Pancho, terminaron por completo con aquellas historias de ring-raje y nervios.
Finalmente, las cartas familiares dejaron de rebotar de buzón en buzón y sucumbieron ante la eficiencia, gratuidad y prontitud de la comunicación electrónica, dando por tierra con años de esmero por parte de las maestras y madres en intentar mejorar la caligrafía de los aprendices.
Ayer, al pasar por la vieja casa de don Pancho, pude ver la caja enhiesta y firme, tal como don Pancho la había diseñado: “para siempre”, como solía decir de ella y sorprendentemente, a pesar del tiempo transcurrido, hasta su azul original parece más vivo que nunca y hoy, un vecinito me preguntó:
-Don Lucio: ¿Para qué sirve la caja azul que hay a media cuadra?
Y con un enorme entusiasmo le relaté aquellas travesuras de antaño, ante los ojitos incrédulos del mocoso que se habrían cada vez más, imaginando a don Pancho salir de atrás de la palmera.
LA CAJA
Cuando veo a los chicos jugar con el celular o la PC y noto cómo se divierten y lo nerviosos que se ponen, busco inmediatamente comparar sus juegos con los de antaño. Me suelo preguntar si el cerebro humano es capaz de generar adrenalina a partir de una interacción virtual con peligros irreales y si las sensaciones son las mismas que sentíamos cuando se “arriesgaba el pellejo” en alguna travesura.
No es fácil (a menos que uno sea especialista) el obtener respuestas irrefutables, pero para el caso de los que peinan canas, lo único seguro (y no es poco) es que la adrenalina y el nerviosismo de aquellas andanzas, eran absolutamente reales. Y entre las parvas de hechos que nos asaltan desde el recuerdo, escogí uno casi cotidiano y practicado por la mayoría: el “ring-raje”.
El ring-raje no era un juego y no tenía reglas, a excepción de no ser descubiertos, aunque no era exactamente una regla o norma, porque el ser descubiertos conllevaba inconvenientes serios. Se trataba lisa y llanamente de tocar el timbre de un vecino y salir disparando sin ser descubiertos por la dueña de casa que de acuerdo a su nivel de curiosidad o al largo del zaguán, podía tardar más o menos en salir.
El ring-raje podía ser espontáneo o programado. Al azar, porque a algún forajido tocaba el timbre por puro antojo o porque se eligió insidiosamente a tal o cual vecina, como venganza por quitarnos la pelota a la siesta o chusmear cuando jugábamos con las chicas a “verdad o consecuencia”, aunque había algunos casos especiales como el que voy a relatar.
Don Pancho era un empleado ferroviario que vivía en una casita sencilla de paredes encaladas, con el frente casi pegado a la vereda y solo separado de ella, por una pared baja de bloques y un par de palmeras esmirriadas, que brindaban más adorno que sombra. Había sido un hombre muy creativo y se le conocían algunos diseños bastante innovadores. Una de sus aplicaciones interesantes, fue la de adaptar un sistema de magneto a una casilla postal que tenía un doble propósito: funcionar como timbre o avisar a la familia cuando llegaba una carta. Había construido una caja de chapa con una hendidura protegida por una puerta-trampa, que no permitía acceder a las cartas una vez que el cartero las introducía por la ranura, tras lo cual, el operario del Correo, debía dar varias vueltas a la manivela del magneto adosado al costado de la caja, para avisar a su dueño el arribo del sobre que, por aquellos años, en los que las noticias familiares viajaban manuscritas sobre un papel de carta, se esperaban con enorme ansiedad y se leían repetidas veces en la merienda o en la cena.
La caja en cuestión envolvía los misterios insondables que las cartas siempre entrañaron y su diseñador la había pintado de un color celeste marmolado muy de moda por aquellos años. La manivela era cortita, para facilitar su rotación y, además, se la había provisto de un cilindrito de madera desnuda, torneada hábilmente por su creador, no solo para mejorar el movimiento o por una cuestión estética, sino también para que algún efecto de la corriente producida, llegara inoportunamente a las manos de los visitantes.
El sonido del timbre se disparaba a medida que se giraba la manivela y no tenía la inmediatez de un timbre eléctrico actual, razón por la cual, el ejecutante de la travesura no sabía con certeza en qué momento comenzaría a sonar, ni cuando salir disparando y tenía que rotar la manijita muchas veces para lograr el efecto deseado. Pero si al aguantar los nervios de accionar la manija, le sumamos la cercanía de la puerta de entrada, obtenemos el cóctel perfecto para disparar la adrenalina a cualquiera, incluidos los más corajudos
- ¡Hoy te toca a vos, chango! - Avisaban los más grandes a los más chicos cada vez que pasaban por cerca de la caja. Y, es que a todos les gustaba tocar el timbre y disparar, pero en la casa de don Pancho, solo unos pocos se animaban a la travesura. ¡Eso era adrenalina!
Los changos esperaban a que los demás se alejen lo suficiente y comenzaban a girar la manivela que, en el primer cuarto de vuelta emitía un leve “trrrrn”, casi imperceptible y según comentaban los que la accionaban, con dos vueltas seguidas, el ruido se parecía al que hace “un coyuyo agarrao del ala por el hocico de un gato”.
Las bromas constantes cansaron al dueño de casa y su inventiva salió a la luz nuevamente: De algún modo, sacando el cabo de madera de la manivela con un sistema de “quita y pon”, lograba que, al rotarla, el bromista recibiera una descarga, que aumentaba en la medida en la que se aceleraba la manija. Según comentaban los changos, la corriente “te hacía temblar hasta el sobaco”, cosa que todos pudimos comprobar, sobre todo en las vacaciones, época preferida para las travesuras de los niños y muchachones. Es de suponer que don Pancho colocaba nuevamente el cabo de madera aislante cuando lo creía oportuno, evitando el sacudón de corriente a los inocentes.
Con la nueva artimaña, no es que las bromas se terminaron, sino todo lo contrario. Ya no se trataba de sorprender a don Pancho, sino de hacer caer en la trampa a algún incauto que desconocía el ardid.
Con el correr de los años, don Pancho se jubiló y pareciera que, decidido a divertirse, comenzó a interactuar con los “ring-rajeros” de un modo curioso: aprovechaba los momentos de mayor actividad en las bromas, (ya entrada la oración) y escondido detrás del tronco de la palmera más gorda, sorprendía al bromista justo cuando tocaba la manivela:
-¡Chaaango i’miércoles! ¡Raje a su casa!
Como no daba tiempo al resto de los participantes a disparar o esconderse y ante el desbande de chicos, supongo que el hombre disfrutaría del susto dado a los pilluelos, como una especie de venganza.
Durante un largo tiempo, el dueño de casa se apostaba con disimulo detrás de la palmera y esperaba como una araña, agazapado en la penumbra, que algún incauto cayera en la red que había tendido. Como suele suceder, las garras del tiempo y los avatares de la vida fueron diluyendo aquella costumbre. Primero, durante el gobierno de un riojano, la necesidad de la gente y más que nada, las mañas de los changos, popularizaron la idea de robar cables de cobre para venderlos a compradores ambulantes y ni siquiera los cables de la caja se salvaron. Más tarde, el fallecimiento de su esposa y más tarde el deceso de don Pancho, terminaron por completo con aquellas historias de ring-raje y nervios.
Finalmente, las cartas familiares dejaron de rebotar de buzón en buzón y sucumbieron ante la eficiencia, gratuidad y prontitud de la comunicación electrónica, dando por tierra con años de esmero por parte de las maestras y madres en intentar mejorar la caligrafía de los aprendices.
Ayer, al pasar por la vieja casa de don Pancho, pude ver la caja enhiesta y firme, tal como don Pancho la había diseñado: “para siempre”, como solía decir de ella y sorprendentemente, a pesar del tiempo transcurrido, hasta su azul original parece más vivo que nunca y hoy, un vecinito me preguntó:
-Don Lucio: ¿Para qué sirve la caja azul que hay a media cuadra?
Y con un enorme entusiasmo le relaté aquellas travesuras de antaño, ante los ojitos incrédulos del mocoso que se habrían cada vez más, imaginando a don Pancho salir de atrás de la palmera.
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Re: "La Caja"
muy bueno el relato y me hace acordar a las historias de mis abuelos, que en forma de joda dejaban monedero mullidos con papel de diario entre otros , en las vereda de enfrente de la casa,donde se encontraba un baldio y se cagaban de risa con las reacciones de las personas.
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Re: "La Caja"
para reencontar recuerdos, lucio
en mi caso dejabamos zapallos amargos traidos del campo de mi tia que nacian guachos, en el cordon de la vereda , y te aseguro que eran incomibles , mirabamos como paraban con la bici , miraban para todos lados y levantaban apurados el zapallo , que iba como zapallo bajo el brazo jajajajaja
en mi caso dejabamos zapallos amargos traidos del campo de mi tia que nacian guachos, en el cordon de la vereda , y te aseguro que eran incomibles , mirabamos como paraban con la bici , miraban para todos lados y levantaban apurados el zapallo , que iba como zapallo bajo el brazo jajajajaja
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Re: "La Caja"
Que lindo lo que narras, un abrazo amigo fierrero, Gracias ( lucio esevich ).
- Natoch
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Re: "La Caja"
Impecable una vez más Don Lucio!.
Que de recuerdos llegan al leer sus relatos!.
Que de recuerdos llegan al leer sus relatos!.
- darios
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Re: "La Caja"
Excelente relato cómo nos tiene acostumbrados.
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Re: "La Caja"
Muy bueno Lucas.LucasL escribió: ↑Lun Oct 19, 2020 9:00 pmmuy bueno el relato y me hace acordar a las historias de mis abuelos, que en forma de joda dejaban monedero mullidos con papel de diario entre otros , en las vereda de enfrente de la casa,donde se encontraba un baldio y se cagaban de risa con las reacciones de las personas.
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Re: "La Caja"
Hola José Luis. Eso ya era premeditadojlv escribió: ↑Lun Oct 19, 2020 10:16 pmpara reencontar recuerdos, lucio
en mi caso dejabamos zapallos amargos traidos del campo de mi tia que nacian guachos, en el cordon de la vereda , y te aseguro que eran incomibles , mirabamos como paraban con la bici , miraban para todos lados y levantaban apurados el zapallo , que iba como zapallo bajo el brazo jajajajaja
Abrazos.
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Re: "La Caja"
Muchas gracias Ariel. Abrazos.arieltauro escribió: ↑Mar Oct 20, 2020 12:29 amQue lindo lo que narras, un abrazo amigo fierrero, Gracias ( lucio esevich ).
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Re: "La Caja"
Hermoso recuerdo!!! Gracias Lucio por compartirlo!!!!
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Re: "La Caja"
Muy linda historialucio esevich escribió: ↑Lun Oct 19, 2020 8:51 pmBuenas tardes. Hace un tiempo que quería subir una relato y hoy se lo alcanzo al que tenga un tiempito y ganas de leer.
LA CAJA
Cuando veo a los chicos jugar con el celular o la PC y noto cómo se divierten y lo nerviosos que se ponen, busco inmediatamente comparar sus juegos con los de antaño. Me suelo preguntar si el cerebro humano es capaz de generar adrenalina a partir de una interacción virtual con peligros irreales y si las sensaciones son las mismas que sentíamos cuando se “arriesgaba el pellejo” en alguna travesura.
No es fácil (a menos que uno sea especialista) el obtener respuestas irrefutables, pero para el caso de los que peinan canas, lo único seguro (y no es poco) es que la adrenalina y el nerviosismo de aquellas andanzas, eran absolutamente reales. Y entre las parvas de hechos que nos asaltan desde el recuerdo, escogí uno casi cotidiano y practicado por la mayoría: el “ring-raje”.
El ring-raje no era un juego y no tenía reglas, a excepción de no ser descubiertos, aunque no era exactamente una regla o norma, porque el ser descubiertos conllevaba inconvenientes serios. Se trataba lisa y llanamente de tocar el timbre de un vecino y salir disparando sin ser descubiertos por la dueña de casa que de acuerdo a su nivel de curiosidad o al largo del zaguán, podía tardar más o menos en salir.
El ring-raje podía ser espontáneo o programado. Al azar, porque a algún forajido tocaba el timbre por puro antojo o porque se eligió insidiosamente a tal o cual vecina, como venganza por quitarnos la pelota a la siesta o chusmear cuando jugábamos con las chicas a “verdad o consecuencia”, aunque había algunos casos especiales como el que voy a relatar.
Don Pancho era un empleado ferroviario que vivía en una casita sencilla de paredes encaladas, con el frente casi pegado a la vereda y solo separado de ella, por una pared baja de bloques y un par de palmeras esmirriadas, que brindaban más adorno que sombra. Había sido un hombre muy creativo y se le conocían algunos diseños bastante innovadores. Una de sus aplicaciones interesantes, fue la de adaptar un sistema de magneto a una casilla postal que tenía un doble propósito: funcionar como timbre o avisar a la familia cuando llegaba una carta. Había construido una caja de chapa con una hendidura protegida por una puerta-trampa, que no permitía acceder a las cartas una vez que el cartero las introducía por la ranura, tras lo cual, el operario del Correo, debía dar varias vueltas a la manivela del magneto adosado al costado de la caja, para avisar a su dueño el arribo del sobre que, por aquellos años, en los que las noticias familiares viajaban manuscritas sobre un papel de carta, se esperaban con enorme ansiedad y se leían repetidas veces en la merienda o en la cena.
La caja en cuestión envolvía los misterios insondables que las cartas siempre entrañaron y su diseñador la había pintado de un color celeste marmolado muy de moda por aquellos años. La manivela era cortita, para facilitar su rotación y, además, se la había provisto de un cilindrito de madera desnuda, torneada hábilmente por su creador, no solo para mejorar el movimiento o por una cuestión estética, sino también para que algún efecto de la corriente producida, llegara inoportunamente a las manos de los visitantes.
El sonido del timbre se disparaba a medida que se giraba la manivela y no tenía la inmediatez de un timbre eléctrico actual, razón por la cual, el ejecutante de la travesura no sabía con certeza en qué momento comenzaría a sonar, ni cuando salir disparando y tenía que rotar la manijita muchas veces para lograr el efecto deseado. Pero si al aguantar los nervios de accionar la manija, le sumamos la cercanía de la puerta de entrada, obtenemos el cóctel perfecto para disparar la adrenalina a cualquiera, incluidos los más corajudos
- ¡Hoy te toca a vos, chango! - Avisaban los más grandes a los más chicos cada vez que pasaban por cerca de la caja. Y, es que a todos les gustaba tocar el timbre y disparar, pero en la casa de don Pancho, solo unos pocos se animaban a la travesura. ¡Eso era adrenalina!
Los changos esperaban a que los demás se alejen lo suficiente y comenzaban a girar la manivela que, en el primer cuarto de vuelta emitía un leve “trrrrn”, casi imperceptible y según comentaban los que la accionaban, con dos vueltas seguidas, el ruido se parecía al que hace “un coyuyo agarrao del ala por el hocico de un gato”.
Las bromas constantes cansaron al dueño de casa y su inventiva salió a la luz nuevamente: De algún modo, sacando el cabo de madera de la manivela con un sistema de “quita y pon”, lograba que, al rotarla, el bromista recibiera una descarga, que aumentaba en la medida en la que se aceleraba la manija. Según comentaban los changos, la corriente “te hacía temblar hasta el sobaco”, cosa que todos pudimos comprobar, sobre todo en las vacaciones, época preferida para las travesuras de los niños y muchachones. Es de suponer que don Pancho colocaba nuevamente el cabo de madera aislante cuando lo creía oportuno, evitando el sacudón de corriente a los inocentes.
Con la nueva artimaña, no es que las bromas se terminaron, sino todo lo contrario. Ya no se trataba de sorprender a don Pancho, sino de hacer caer en la trampa a algún incauto que desconocía el ardid.
Con el correr de los años, don Pancho se jubiló y pareciera que, decidido a divertirse, comenzó a interactuar con los “ring-rajeros” de un modo curioso: aprovechaba los momentos de mayor actividad en las bromas, (ya entrada la oración) y escondido detrás del tronco de la palmera más gorda, sorprendía al bromista justo cuando tocaba la manivela:
-¡Chaaango i’miércoles! ¡Raje a su casa!
Como no daba tiempo al resto de los participantes a disparar o esconderse y ante el desbande de chicos, supongo que el hombre disfrutaría del susto dado a los pilluelos, como una especie de venganza.
Durante un largo tiempo, el dueño de casa se apostaba con disimulo detrás de la palmera y esperaba como una araña, agazapado en la penumbra, que algún incauto cayera en la red que había tendido. Como suele suceder, las garras del tiempo y los avatares de la vida fueron diluyendo aquella costumbre. Primero, durante el gobierno de un riojano, la necesidad de la gente y más que nada, las mañas de los changos, popularizaron la idea de robar cables de cobre para venderlos a compradores ambulantes y ni siquiera los cables de la caja se salvaron. Más tarde, el fallecimiento de su esposa y más tarde el deceso de don Pancho, terminaron por completo con aquellas historias de ring-raje y nervios.
Finalmente, las cartas familiares dejaron de rebotar de buzón en buzón y sucumbieron ante la eficiencia, gratuidad y prontitud de la comunicación electrónica, dando por tierra con años de esmero por parte de las maestras y madres en intentar mejorar la caligrafía de los aprendices.
Ayer, al pasar por la vieja casa de don Pancho, pude ver la caja enhiesta y firme, tal como don Pancho la había diseñado: “para siempre”, como solía decir de ella y sorprendentemente, a pesar del tiempo transcurrido, hasta su azul original parece más vivo que nunca y hoy, un vecinito me preguntó:
-Don Lucio: ¿Para qué sirve la caja azul que hay a media cuadra?
Y con un enorme entusiasmo le relaté aquellas travesuras de antaño, ante los ojitos incrédulos del mocoso que se habrían cada vez más, imaginando a don Pancho salir de atrás de la palmera.
Gracias por compartirla.
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- calupa
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Re: "La Caja"
Como siempre...
Cada vez que Don Lucio publica algo entro al tema y lo primero que digo es "Ufff , un poquito largo de leer" , pero me lanzo al reto y al instante repito lo de siempre: " Muy cortito, tenemos que pedirle que escriba más laaaaargo".
Un maestro el hombre.
Cada vez que Don Lucio publica algo entro al tema y lo primero que digo es "Ufff , un poquito largo de leer" , pero me lanzo al reto y al instante repito lo de siempre: " Muy cortito, tenemos que pedirle que escriba más laaaaargo".
Un maestro el hombre.
Las pulgas saltan de perro en perro ; los piojos de cabeza en cabeza y los políticos de partido en partido.
En qué se parecen?
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Re: "La Caja"
Muchas gracias Calupa por leer. Que alguien pare un ratito a leer un par de líneas del pasado, es muy grato. Abrazos, Lucio.calupa escribió: ↑Mié Oct 21, 2020 5:02 pmComo siempre...
Cada vez que Don Lucio publica algo entro al tema y lo primero que digo es "Ufff , un poquito largo de leer" , pero me lanzo al reto y al instante repito lo de siempre: " Muy cortito, tenemos que pedirle que escriba más laaaaargo".
Un maestro el hombre.
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Re: "La Caja"
Hermoso relato Lucio, gracias por compartirlo con nosotros
Saludos.
Saludos.
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- kanion
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Re: "La Caja"
Ameno relato, al final me hubiera gustado una foto de esa caja para conocerla.
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Re: "La Caja"
Muchas gracias a vos Fer por leer. Abrazos, Lucio.fer125 escribió: ↑Mié Oct 21, 2020 1:08 pmMuy linda historialucio esevich escribió: ↑Lun Oct 19, 2020 8:51 pmBuenas tardes. Hace un tiempo que quería subir una relato y hoy se lo alcanzo al que tenga un tiempito y ganas de leer.
LA CAJA
Cuando veo a los chicos jugar con el celular o la PC y noto cómo se divierten y lo nerviosos que se ponen, busco inmediatamente comparar sus juegos con los de antaño. Me suelo preguntar si el cerebro humano es capaz de generar adrenalina a partir de una interacción virtual con peligros irreales y si las sensaciones son las mismas que sentíamos cuando se “arriesgaba el pellejo” en alguna travesura.
No es fácil (a menos que uno sea especialista) el obtener respuestas irrefutables, pero para el caso de los que peinan canas, lo único seguro (y no es poco) es que la adrenalina y el nerviosismo de aquellas andanzas, eran absolutamente reales. Y entre las parvas de hechos que nos asaltan desde el recuerdo, escogí uno casi cotidiano y practicado por la mayoría: el “ring-raje”.
El ring-raje no era un juego y no tenía reglas, a excepción de no ser descubiertos, aunque no era exactamente una regla o norma, porque el ser descubiertos conllevaba inconvenientes serios. Se trataba lisa y llanamente de tocar el timbre de un vecino y salir disparando sin ser descubiertos por la dueña de casa que de acuerdo a su nivel de curiosidad o al largo del zaguán, podía tardar más o menos en salir.
El ring-raje podía ser espontáneo o programado. Al azar, porque a algún forajido tocaba el timbre por puro antojo o porque se eligió insidiosamente a tal o cual vecina, como venganza por quitarnos la pelota a la siesta o chusmear cuando jugábamos con las chicas a “verdad o consecuencia”, aunque había algunos casos especiales como el que voy a relatar.
Don Pancho era un empleado ferroviario que vivía en una casita sencilla de paredes encaladas, con el frente casi pegado a la vereda y solo separado de ella, por una pared baja de bloques y un par de palmeras esmirriadas, que brindaban más adorno que sombra. Había sido un hombre muy creativo y se le conocían algunos diseños bastante innovadores. Una de sus aplicaciones interesantes, fue la de adaptar un sistema de magneto a una casilla postal que tenía un doble propósito: funcionar como timbre o avisar a la familia cuando llegaba una carta. Había construido una caja de chapa con una hendidura protegida por una puerta-trampa, que no permitía acceder a las cartas una vez que el cartero las introducía por la ranura, tras lo cual, el operario del Correo, debía dar varias vueltas a la manivela del magneto adosado al costado de la caja, para avisar a su dueño el arribo del sobre que, por aquellos años, en los que las noticias familiares viajaban manuscritas sobre un papel de carta, se esperaban con enorme ansiedad y se leían repetidas veces en la merienda o en la cena.
La caja en cuestión envolvía los misterios insondables que las cartas siempre entrañaron y su diseñador la había pintado de un color celeste marmolado muy de moda por aquellos años. La manivela era cortita, para facilitar su rotación y, además, se la había provisto de un cilindrito de madera desnuda, torneada hábilmente por su creador, no solo para mejorar el movimiento o por una cuestión estética, sino también para que algún efecto de la corriente producida, llegara inoportunamente a las manos de los visitantes.
El sonido del timbre se disparaba a medida que se giraba la manivela y no tenía la inmediatez de un timbre eléctrico actual, razón por la cual, el ejecutante de la travesura no sabía con certeza en qué momento comenzaría a sonar, ni cuando salir disparando y tenía que rotar la manijita muchas veces para lograr el efecto deseado. Pero si al aguantar los nervios de accionar la manija, le sumamos la cercanía de la puerta de entrada, obtenemos el cóctel perfecto para disparar la adrenalina a cualquiera, incluidos los más corajudos
- ¡Hoy te toca a vos, chango! - Avisaban los más grandes a los más chicos cada vez que pasaban por cerca de la caja. Y, es que a todos les gustaba tocar el timbre y disparar, pero en la casa de don Pancho, solo unos pocos se animaban a la travesura. ¡Eso era adrenalina!
Los changos esperaban a que los demás se alejen lo suficiente y comenzaban a girar la manivela que, en el primer cuarto de vuelta emitía un leve “trrrrn”, casi imperceptible y según comentaban los que la accionaban, con dos vueltas seguidas, el ruido se parecía al que hace “un coyuyo agarrao del ala por el hocico de un gato”.
Las bromas constantes cansaron al dueño de casa y su inventiva salió a la luz nuevamente: De algún modo, sacando el cabo de madera de la manivela con un sistema de “quita y pon”, lograba que, al rotarla, el bromista recibiera una descarga, que aumentaba en la medida en la que se aceleraba la manija. Según comentaban los changos, la corriente “te hacía temblar hasta el sobaco”, cosa que todos pudimos comprobar, sobre todo en las vacaciones, época preferida para las travesuras de los niños y muchachones. Es de suponer que don Pancho colocaba nuevamente el cabo de madera aislante cuando lo creía oportuno, evitando el sacudón de corriente a los inocentes.
Con la nueva artimaña, no es que las bromas se terminaron, sino todo lo contrario. Ya no se trataba de sorprender a don Pancho, sino de hacer caer en la trampa a algún incauto que desconocía el ardid.
Con el correr de los años, don Pancho se jubiló y pareciera que, decidido a divertirse, comenzó a interactuar con los “ring-rajeros” de un modo curioso: aprovechaba los momentos de mayor actividad en las bromas, (ya entrada la oración) y escondido detrás del tronco de la palmera más gorda, sorprendía al bromista justo cuando tocaba la manivela:
-¡Chaaango i’miércoles! ¡Raje a su casa!
Como no daba tiempo al resto de los participantes a disparar o esconderse y ante el desbande de chicos, supongo que el hombre disfrutaría del susto dado a los pilluelos, como una especie de venganza.
Durante un largo tiempo, el dueño de casa se apostaba con disimulo detrás de la palmera y esperaba como una araña, agazapado en la penumbra, que algún incauto cayera en la red que había tendido. Como suele suceder, las garras del tiempo y los avatares de la vida fueron diluyendo aquella costumbre. Primero, durante el gobierno de un riojano, la necesidad de la gente y más que nada, las mañas de los changos, popularizaron la idea de robar cables de cobre para venderlos a compradores ambulantes y ni siquiera los cables de la caja se salvaron. Más tarde, el fallecimiento de su esposa y más tarde el deceso de don Pancho, terminaron por completo con aquellas historias de ring-raje y nervios.
Finalmente, las cartas familiares dejaron de rebotar de buzón en buzón y sucumbieron ante la eficiencia, gratuidad y prontitud de la comunicación electrónica, dando por tierra con años de esmero por parte de las maestras y madres en intentar mejorar la caligrafía de los aprendices.
Ayer, al pasar por la vieja casa de don Pancho, pude ver la caja enhiesta y firme, tal como don Pancho la había diseñado: “para siempre”, como solía decir de ella y sorprendentemente, a pesar del tiempo transcurrido, hasta su azul original parece más vivo que nunca y hoy, un vecinito me preguntó:
-Don Lucio: ¿Para qué sirve la caja azul que hay a media cuadra?
Y con un enorme entusiasmo le relaté aquellas travesuras de antaño, ante los ojitos incrédulos del mocoso que se habrían cada vez más, imaginando a don Pancho salir de atrás de la palmera.
Gracias por compartirla.
Slds
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Re: "La Caja"
Claudio querido! Te fascina la mecánica No se me hubiera ocurrido... Hoy está lluvioso en mi pueblo, pero prometo una foto para cuando despeje, sigue afuera y a menos de 50m de casa. Abrazos.
- kanion
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Re: "La Caja"
Buenísimo
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Re: "La Caja"
Muy bueno...me trae recuerdos de vagancia jaja
Gracias!!
Gracias!!
Darle piolin al arroyo o cartucho al pajonal
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Re: "La Caja"
Muy bueno...me trae recuerdos de vagancia jaja
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Re: "La Caja"
muy lindo relato lucio gracias por compartirlo saludos¡
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Re: "La Caja"
No pude achicar las imágenes para que se vean directamente.
https://imgur.com/a/joHgn7a
Aquí la caja ya deteriorada, la casa de blanco y una palmera.
https://imgur.com/a/WTPl7QO
Aquí se ve la manivela y la distancia a la casa, que no llega a dos metros. Te cazaba el dueño y era como ver la muerte cara a cara
- kanion
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Re: "La Caja"
Increíble, no fue un simple relato, es una anécdota real muy bien narrada.
Gracias por las imágenes Lucio
Gracias por las imágenes Lucio
Las fallas de las armas por lo general se producen por la misma cantidad de piezas y a veces cada una da más fallas.