UN TENTEMPIÉ PARA ESTOS 9 MESES DE DIETA
Publicado: Dom Ago 10, 2014 1:09 pm
LA ESTRELLA FEDERAL
(Un cuento de cazadores y furtivos)
Los hechos se desarrollaron en el casco de una estancia entrerriana, propiedad de Lorenzo Nievas. Hombre de campo, afecto a la caza y muy dado con sus vecinos, amistades y extraños que se aventuraban a procurarse algún sustento o diversión, escopeta en mano, por los campos de la zona. En tiempos de pocos reglamentos, lo razonable de la actividad cinegética dependía exclusivamente del buen criterio de chacareros y cazadores. Era moneda corriente, por aquellos tiempos, que aparecieran por los cascos de las estancias o las casas de las chacras, hombres cansados y sedientos a pedir un trago de agua, el que era brindado sin que las armas que portaban generaran el más mínimo temor; incluso se llegaba a compartir un bocado, una charla sobre el tiempo o conocidos comunes, cuando no a cultivar amistades duraderas.
Fue así como llegó a la Estancia El Federal, bien pasado un mediodía soleado de junio, aquel empedernido cazador y afecto a los placeres de la vida, como cristiano bien nacido que era. Luego del recibimiento que le brindaran los cuzcos de la casa principal y del consabido “fuiiiraperro” que les echó la patrona, el hombre no pudo menos que impresionarse con la belleza y la bonhomía que irradiaba el rostro de Estrella, esposa de Lorenzo; moza de interesante presencia y cuya simpatía no iba en zaga.
-Disculpe doña, pero ando cazando y con este sol me ganó la sed y como estaba cerc...
-No se disculpe que ya le alcanzo una jarra.
En momentos en que volvía con el agua llegó a la casa el patrón, quien solícitamente se presentó y dio la bienvenida al extraño:
-Nievas, mucho gusto.
-Eusebio Tela, encantado.
-Pase, pase. Ya almorzamos, pero si quiere picar algo...
-Muy agradecido, pero pienso seguir un rato más con la caza, los días son cortos a esta altura del año y éste lo quiero aprovechar. En casa el escabeche ya está escaseando.
Su percha no denotaba un resultado muy exitoso para lo que había transcurrido del día.
-Bueno, espero que la próxima ande con más tiempo así prueba las “faturas”; la vida en el campo es linda pero las visitas siempre son bienvenidas, no sea cosa que nos volvamos huraños, solos por estas inmensidades.
-Cómo no! La zona es buena para la caza y siempre hay buen camino, así que no insista mucho que por ahí me ve de vuelta – comentó jocoso -.
-Faltaba más. Cuando guste – respondió el circunstancial anfitrión.
Luego de saciar la sed e intercambiar alguna que otra información sobre los cuadros más recomendables para despuntar el vicio con buenos resultados, el cazador agradeció la hospitalidad y se despidió para seguir con lo suyo, no sin antes cruzar una mirada entre curiosa y sugestiva con la jefa de casa, que fue correspondida con algún discreto interés.
Y efectivamente no fue ésa la última vez que habrían de verlo; la temporada recién empezaba y Eusebio había encontrado – sin llegar a ponderarlo aún cabalmente - un incentivo adicional y de gran peso para su vocación innata por la cacería.
En sucesivas visitas, a veces semanales, fue naciendo primero una camaradería propia del deporte, pródiga en salidas de caza compartidas y luego una amistad sazonada en torno de asados y sobremesas cargadas de relatos y experiencias, intercambio de opiniones sobre armas y cartuchos, que involucraban a los hombres por su afinidad respecto del deporte y a Estrella, copartícipe en el disfrute de la actividad gastronómica derivada, que cada uno fue aportando. Si bien la incorporación de otras gentes resultó habitual, ellos eran los protagonistas centrales. La caza resultó finalmente ser la ligazón de una amistad que todo hacía pensar discurriría sin tropiezos para alegría del grupo.
Pero el tiempo suele tejer urdimbres que el humano no prevé, tanto que sin siquiera percibirlo aquella historia triangular habría de tomar un curso que a la postre resultaría casi natural.
El trato resultó cada vez más familiar y así es que fue creciendo entre Eusebio y la patrona una corriente de simpatía que por momentos fue superando tal estado. Un apretón de manos sostenido más allá de lo habitual, una mirada que se prolonga pese al esfuerzo por interrumpirla, un roce no buscado pero que deja un sabor agradable. Y así fue que un sábado en el que Lorenzo Nievas tuvo que acompañar una jaula de gordos para el remate de la mañana del lunes, sin proponérselo siquiera, Estrella y Eusebio hubieron de encontrarse compartiendo “un bocado”, solos en la estancia.
Ese día, la yuxta del 16 no habría de disparar un solo tiro, pese al esfuerzo de ambos por evitar la victoria flagrante de los sentires sobre la razón.
Como es habitual en estos casos, de ahí en más la realidad se convirtió en un rosario de situaciones riesgosas, citas a escondidas, sospechas que se acumulan y un desenlace que pudo haber sido mucho peor aún: un llanto desconsolado, el consabido sinceramiento de ella con el marido y un estropicio de sentimientos encontrados con ningún protagonista feliz.
Cosas que pasan, pero que cambiaron sus vidas para siempre. La amistad cultivada en torno de un deporte de armas habría hecho presuponer un final atroz, pero contra toda premonición en tal sentido y pese a las casi violentas reacciones iniciales del jefe de la casa, las únicas consecuencias que habrían de lamentarse serían la inevitable ruptura matrimonial y una herida insanable en el orgullo de Lorenzo Nievas.
Hasta el día de hoy comentan los pocos que lo tratan que ha desarrollado un carácter torvo y desconfiado como no se le había conocido antes. Ya no llegan cazadores a abrevar en la Estancia El Federal, el propietario parece haber consagrado los mejores esfuerzos a tratar de convertir, para su mirada, cada cazador en furtivo y hacer de su discurso – en definitiva - una prédica pagana contra el deporte.
La historia aún no tiene final, Estrella se mudó al pueblo, convive con Eusebio y se los ve muy felices. Algún chistoso ha sabido decir que es por aquello de que comen perdices.
Debe ser, nomás.
(Un cuento de cazadores y furtivos)
Los hechos se desarrollaron en el casco de una estancia entrerriana, propiedad de Lorenzo Nievas. Hombre de campo, afecto a la caza y muy dado con sus vecinos, amistades y extraños que se aventuraban a procurarse algún sustento o diversión, escopeta en mano, por los campos de la zona. En tiempos de pocos reglamentos, lo razonable de la actividad cinegética dependía exclusivamente del buen criterio de chacareros y cazadores. Era moneda corriente, por aquellos tiempos, que aparecieran por los cascos de las estancias o las casas de las chacras, hombres cansados y sedientos a pedir un trago de agua, el que era brindado sin que las armas que portaban generaran el más mínimo temor; incluso se llegaba a compartir un bocado, una charla sobre el tiempo o conocidos comunes, cuando no a cultivar amistades duraderas.
Fue así como llegó a la Estancia El Federal, bien pasado un mediodía soleado de junio, aquel empedernido cazador y afecto a los placeres de la vida, como cristiano bien nacido que era. Luego del recibimiento que le brindaran los cuzcos de la casa principal y del consabido “fuiiiraperro” que les echó la patrona, el hombre no pudo menos que impresionarse con la belleza y la bonhomía que irradiaba el rostro de Estrella, esposa de Lorenzo; moza de interesante presencia y cuya simpatía no iba en zaga.
-Disculpe doña, pero ando cazando y con este sol me ganó la sed y como estaba cerc...
-No se disculpe que ya le alcanzo una jarra.
En momentos en que volvía con el agua llegó a la casa el patrón, quien solícitamente se presentó y dio la bienvenida al extraño:
-Nievas, mucho gusto.
-Eusebio Tela, encantado.
-Pase, pase. Ya almorzamos, pero si quiere picar algo...
-Muy agradecido, pero pienso seguir un rato más con la caza, los días son cortos a esta altura del año y éste lo quiero aprovechar. En casa el escabeche ya está escaseando.
Su percha no denotaba un resultado muy exitoso para lo que había transcurrido del día.
-Bueno, espero que la próxima ande con más tiempo así prueba las “faturas”; la vida en el campo es linda pero las visitas siempre son bienvenidas, no sea cosa que nos volvamos huraños, solos por estas inmensidades.
-Cómo no! La zona es buena para la caza y siempre hay buen camino, así que no insista mucho que por ahí me ve de vuelta – comentó jocoso -.
-Faltaba más. Cuando guste – respondió el circunstancial anfitrión.
Luego de saciar la sed e intercambiar alguna que otra información sobre los cuadros más recomendables para despuntar el vicio con buenos resultados, el cazador agradeció la hospitalidad y se despidió para seguir con lo suyo, no sin antes cruzar una mirada entre curiosa y sugestiva con la jefa de casa, que fue correspondida con algún discreto interés.
Y efectivamente no fue ésa la última vez que habrían de verlo; la temporada recién empezaba y Eusebio había encontrado – sin llegar a ponderarlo aún cabalmente - un incentivo adicional y de gran peso para su vocación innata por la cacería.
En sucesivas visitas, a veces semanales, fue naciendo primero una camaradería propia del deporte, pródiga en salidas de caza compartidas y luego una amistad sazonada en torno de asados y sobremesas cargadas de relatos y experiencias, intercambio de opiniones sobre armas y cartuchos, que involucraban a los hombres por su afinidad respecto del deporte y a Estrella, copartícipe en el disfrute de la actividad gastronómica derivada, que cada uno fue aportando. Si bien la incorporación de otras gentes resultó habitual, ellos eran los protagonistas centrales. La caza resultó finalmente ser la ligazón de una amistad que todo hacía pensar discurriría sin tropiezos para alegría del grupo.
Pero el tiempo suele tejer urdimbres que el humano no prevé, tanto que sin siquiera percibirlo aquella historia triangular habría de tomar un curso que a la postre resultaría casi natural.
El trato resultó cada vez más familiar y así es que fue creciendo entre Eusebio y la patrona una corriente de simpatía que por momentos fue superando tal estado. Un apretón de manos sostenido más allá de lo habitual, una mirada que se prolonga pese al esfuerzo por interrumpirla, un roce no buscado pero que deja un sabor agradable. Y así fue que un sábado en el que Lorenzo Nievas tuvo que acompañar una jaula de gordos para el remate de la mañana del lunes, sin proponérselo siquiera, Estrella y Eusebio hubieron de encontrarse compartiendo “un bocado”, solos en la estancia.
Ese día, la yuxta del 16 no habría de disparar un solo tiro, pese al esfuerzo de ambos por evitar la victoria flagrante de los sentires sobre la razón.
Como es habitual en estos casos, de ahí en más la realidad se convirtió en un rosario de situaciones riesgosas, citas a escondidas, sospechas que se acumulan y un desenlace que pudo haber sido mucho peor aún: un llanto desconsolado, el consabido sinceramiento de ella con el marido y un estropicio de sentimientos encontrados con ningún protagonista feliz.
Cosas que pasan, pero que cambiaron sus vidas para siempre. La amistad cultivada en torno de un deporte de armas habría hecho presuponer un final atroz, pero contra toda premonición en tal sentido y pese a las casi violentas reacciones iniciales del jefe de la casa, las únicas consecuencias que habrían de lamentarse serían la inevitable ruptura matrimonial y una herida insanable en el orgullo de Lorenzo Nievas.
Hasta el día de hoy comentan los pocos que lo tratan que ha desarrollado un carácter torvo y desconfiado como no se le había conocido antes. Ya no llegan cazadores a abrevar en la Estancia El Federal, el propietario parece haber consagrado los mejores esfuerzos a tratar de convertir, para su mirada, cada cazador en furtivo y hacer de su discurso – en definitiva - una prédica pagana contra el deporte.
La historia aún no tiene final, Estrella se mudó al pueblo, convive con Eusebio y se los ve muy felices. Algún chistoso ha sabido decir que es por aquello de que comen perdices.
Debe ser, nomás.